Centro Cultural Borges, 2025. Curaduría por Joaquín Barrera
Borges Cultural Center, 2025. Curated by Joaquín Barrera
Durante la formación del estado argentino, y en vísperas de los festejos del centenario de 1910, la clase ilustrada a través de un programa ideológico producido por escritores como José Ingenieros, Ricardo Rojas y Manuel Gálvez, dedicó sus esfuerzos a intentar construir una tradición identitaria propia con el pretexto de que era necesario salvaguardar los usos y costumbres recientemente diseñados frente a la “degradación” de las ciudades que -a su entender- provocaban las oleadas migratorias. El paisaje urbano, hasta entonces leído como el escenario natural del progreso, daba paso ahora a la reivindicación del paisaje rural, que ya no era más señalado como un desierto fantasmático sino como un reparo ante la hostilidad de los cambalaches citadinos. Civilización y barbarie, unos años después.
A contrapelo de esta doctrina, Cynthia Carllinni propone aquí un sólido andamiaje de visualidades que discuten el estatuto de lo nacional (o más que eso, de su origen puro) haciendo foco en el valor que la satirización romantizada de las corrientes migratorias de principios de siglo XX tuvo sobre los efectos en la vida cotidiana y en los procesos culturales posteriores. Utiliza para ello recursos poéticos y escenográficos del grotesco criollo, que nos pueden llevar a pensar rápidamente en la obra de escritores fundamentales como Armando Discépolo o Roberto Arlt. Estas formas estéticas de esa contracultura marcaron nuevos modos de señalar lo que iba sucediendo en el reformulado tejido social argentino.
La rueda que hace girar el mundo que Carllinni compuso para nosotros es una escenificación maquinizada pero densamente humana sobre las relaciones sociales, personales y amorosas en el mundo del trabajo. El espectáculo de variedades, el freak show, la docu-serie sobre su abuela peluquera e inmigrante y la mesa llena de papas (el más americano de los alimentos) conviven en sala con canciones de una nostalgia arrabalera, con palabras balbuceadas que suenan a una promesa rota, con la ilusión de una llamada que aproxime todo lo que -a lo lejos- se ve tan distante. Llorar, pero trabajando.
Es imposible no pensar en la fragilidad de los mecanismos que utiliza la artista para echar a rodar todo el sistema de recursos que da movilidad a las obras, así como también en el valor que tiene el ‘hágalo Ud. misma’ como decisión a la hora de mixturizar materiales de densa memoria histórica con productos de consumo masivo descartable. Un gesto de ternura. Quizás lo opuesto al automatismo.
Joaquín Barrera